Una historia no contada de supervivencia en un pueblo controlado por las guerrillas

Intrigado, abrí el texto y comencé a leerlo, consintiendo en ello, ya que me sumergía en un mundo de grupos guerrilleros, manipulación y desesperación. Llegué al último párrafo y pensé: «Este no puede ser el final».

Era un inocente buscador de archivos, aparentemente viejos y polvorientos, cuando la encontré. Una mujer llamada Lucía, enterrada en los archivos de nuestra primera publicación en línea: El café que casi era cocaína .

Al llegar al final, buscaba justicia desesperadamente. Fue un poco como leer "Las uvas de la ira" de John Steinbeck, pero, por supuesto, peor. Su historia rozaba una veta más profunda y sombría de una realidad inquietante. Una narrativa agridulce que contrarresta el nauseabundo cuento de hadas y tiene la capacidad de trascendernos por completo. De iluminar una rara forma de esperanza a pesar de la injusticia, dominando y consumiendo todas las demás narrativas que pudiéramos escuchar ese día, esa semana.

Esta es la historia de Lucía, que ya no está sin contar.

Un pueblo a las afueras de Cali, a la sombra de las montañas y rodeado de bosques, es el hogar de Lucía. Un lugar donde proliferan los grupos guerrilleros y la pobreza acecha a sus residentes. Lucía recuerda que varios guerrilleros visitaron su casa cuando era joven, alrededor de los 12 años, con la misión de reclutar niños y jóvenes para unirse a su lucha, un conflicto que se presentaba como una guerra por la justicia del pueblo.

Sus promesas eran magníficas. Poder. Prestigio. Educación. Riqueza. Ondeaban grandes banderas de seguridad y oportunidades económicas en una región de inestabilidad y pobreza. Y para Lucía, las exigencias diarias de su familia se volvieron abrumadoras. Veía a su madre trabajar el campo incansablemente. Veía a sus hermanos trabajar el campo con devoción.

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Crédito: Erica Baker

Lucía soñaba con ser una mujer culta, con recorrer el país y abrirle puertas a su familia. Estos fueron los sueños que la llevaron a unirse.

Salió de casa en plena noche y la llevaron a un campamento en territorio guerrillero. Al darse cuenta de lo sucedido, la madre de Lucía salió en busca de su hija. Días después, la encontró y confrontó a la guerrilla, declarando que no tenían derecho a llevarse a una menor sin el consentimiento de sus padres. Así pues, los líderes accedieron a dejarla volver a casa, con la condición de que regresara cuando cumpliera 15 años (a más tardar 18) para cumplir el compromiso que les había hecho.

Así que cuando llegó el momento, Lucía salió del Cauca hacia Nariño para regresar a la guerrilla, pero esta vez, con órdenes de su madre de no regresar jamás a casa.

Uno de los jóvenes combatientes comenzó a perseguirla románticamente, haciéndole promesas que no podía cumplir, y a la edad de 14 años, Lucía se encontró embarazada.

“No sabía nada de la vida”, dice Lucía. “Esto era algo difícil, algo complicado”.

"O tu vida con tu hija aquí, o la muerte allá afuera."

Aterrada y cegada por las dulces palabras, Lucía aceptó casarse con el joven combatiente. Pero no tardó en volverse abusiva, tanto física como emocionalmente, por su nuevo esposo. Lucía intentó contactar a su madre, pero la rechazaron, diciéndole que había causado demasiados problemas a la familia. El abuso continuó durante todo su embarazo y hasta que su bebé, una niña pequeña, cumplió un año. Fue entonces cuando finalmente decidió huir.

Poco después de escapar, Lucía contrajo malaria y fue hospitalizada. Durante su estancia, llegó un guerrillero y le ordenó levantarse, recoger sus cosas y buscar a su hija. Tenía 16 años en ese momento.

Empezaron a presionarme por mi hija. Dijeron que podía tener todas las armas que quisiera, el dinero que quisiera, pero mi hija tenía que criarse allí. Tendría raíces guerrilleras... Me negué. Me negué. Me negué. Y me dijeron: "No. Es tu vida con tu hija aquí o la muerte allá".

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Crédito: Erica Baker

Así que, queriendo proteger a su pequeña, Lucía accedió a sus exigencias. Iría a vivir a territorio guerrillero a cambio de la protección de su hija y su familia. Su hija fue enviada entonces a vivir con una familia fuera del territorio guerrillero, mientras que Lucía vivía y trabajaba en los campamentos y los campos de coca.

Pero ocho meses después, Lucía recibió otra misión. Le entregaron un revólver y un cuchillo, y le dijeron que eligiera uno y lo usara para matar a la familia que la tenía retenida y traerla a casa.

Lo único que pude responder fue: «No, no soy un asesino». No iba a mancharme las manos con sangre inocente. Haría lo que fuera por recuperar a mi hija, pero no esto.

Tras negarse, el guerrillero lanzó insultos a Lucía, diciéndole que no valía nada y dejándola en el suelo, hecha un mar de lágrimas.

Una semana después, el mismo hombre regresó, puso 200 mil pesos en la mano de Lucía y le dijo que corriera, que desapareciera de las montañas del Cauca, y agregó: “Si alguna vez te encuentro aquí, te mataré yo mismo”.

Tomó el dinero y se fue a Cali, obligada a dejar a su hija. Allí encontró un buen trabajo y comenzó a rehacer su vida.

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Crédito: Erica Baker

Cuando hablamos con ella, hacía tres años que no recibía amenazas. La hija de Lucía sigue con la guerrilla, reclamada como suya. Lucía lamenta esto, pero no se arrepiente de haber dejado la vida guerrillera, explicando que nada justificaba la brutal e insensata matanza de la que habría sido cómplice si se hubiera quedado, ni siquiera el amor de una madre.

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Estas imágenes son todo lo que nos queda para dar paso a su vida.

Lucía lavando la ropa de su familia. Lucía y su nuevo esposo, abrazados. Y, posiblemente lo más conmovedor, nos queda la imagen de una joven que se suma a la narrativa de Lucía. Peinándose en un espejo. Observándose realizar la sencilla tarea. ¿Cuál será su historia?, me pregunto.